lunes, 5 de septiembre de 2011

Andorra (Cap 25)



Llegaron a Ámsterdam a finales de otoño por una avería que les obligó a recalar en Terranova. La dura goleta soportó bien los bandazos del mar del norte pero para continuar  hubo de reparar el mástil principal. Eso no impidió que aquella tarde, poco antes de la puesta del sol, la “Spiekeroog” hiciera su espectral entrada en el  neblinoso puerto holandés y horas después, amparados por la oscuridad, Vinicius y sus hombres, ayudados por el fiel sirviente de Kraus, desembarcaran con sigilo el baúl que a continuación metieron en un carruaje cubierto de lona negra.
Allí, a orillas de las aguas mansas, frente a los almacenes de los que brotaban olores de medio mundo, el portugués reunió a sus fieles compatriotas. Les fue dando la mano uno a uno, primero a Rui Medina, por haber conocido a Ubel, después a Joao Alberto, por ser un incasable trabajador y por último al joven y fuerte Miguel de Sousa, por su eterna y callada confianza en él.
_”Aquí se separan nuestros caminos”_les dijo con un nudo en la garganta_”Hemos vivido juntos muchas aventuras y pudimos cumplir con el propósito principal que nos separó de nuestros hogares. Ahora poseéis una pequeña fortuna ganada honesta y duramente, debéis pensar en vuestras novias, madres y esposas  que os esperan en Portugal. Intentad retomar el hilo de vuestras vidas sin olvidar que ninguna fatalidad podrá romper los lazos que unen nuestra amistad.”
Rui Medina respiró profundamente y negó con la cabeza, Vinicius le observó interrogante y entonces Rui dijo simplemente_”No”.
_”Queremos continuar a su lado, señor Vinicius”_ agregó Joao.
_”Creemos que esto aún no ha acabado y que podemos seguir siendo útiles”_ añadió el joven Miguel.
Vinicius miró a Kraus y éste caminó unos pasos hasta quedar a su lado.
_”Para no ser “Sombras”, son bastantes tercos”_le dijo al portugués mientras se cubría la cabeza con la capucha de la capa ante el inicio de una fina lluvia que sacaba brillo al empedrado de la calle.
Vinicius no pudo evitar un mohín de orgullo al responder.
_”Son hombres de mucha grandeza, han visto cosas que otros no pueden ni soñar, pero me cuesta pedirles más sacrificios, querido amigo”
_”Si lo hacen por amor”_reflexionó en voz alta Kraus_”Si les hablas claro y explicas los nuevos peligros a los que pueden enfrentarse, no se… si estuvieran bajo mi mando… contaría con ellos”.
Vinicius miró en el fondo de los ojos de Kraus, su amigo y compañero “Sombra” hermanado por obra y gracia de los ángeles para mantener los puentes entre el cielo y la tierra, entre la locura y la sensatez y allí, en el abismo de aquella mirada, supo que había franqueza y sabiduría.
_”Ellos desconocen la segunda parte del plan”_ dijo preocupado el portugués.
_”Con más razón. Recuerda Vinicius que soy mayor que tú, he visto muchos amaneceres, los suficientes como para saber que ahora más que nunca toda ayuda debe ser bienvenida. Tenemos una revolución en Francia. En tus años de ausencia, las cabezas más ilustres de la monarquía rodaron sobre los adoquines de París. Cuando la ciudad estalló, nació una nueva era. Incluso, varios de los nuestros murieron en el intento de evitar las masacres descontroladas, aunque nada pudo impedir que de tanta violencia brotara otra forma de ver la justicia y las leyes de los hombres. Yo no apoyé el crimen, ni los juicios falsos, pero aquella Francia de los reyes era una manzana podrida que se caía a trozos. Si embargo,  hoy Bonaparte ocupa un trono al que se subió a  hombros de la República, repitiendo muchos de los modales propios de aquellos contra los que luchó en nombre de la igualdad, la fraternidad y esas cosas; desde entonces no han dejado de sonar tambores de guerra ni mellado el filo de la guillotina bajo el peso de los tribunales revolucionarios que suelen guiarse, en muchas ocasiones, más por razones miserables que por el reparto equitativo del espíritu que forjó la revolución. Mientras tanto, se nos termina el siglo. Y no consigo visualizar mucha paz en las proyecciones futuras.  Por eso necesitamos que nuestro amigo Mech se encuentre a buen recaudo en el sitio que ambos conocemos. Ya sabes, entre el hielo y el fuego, donde nadie puede encontrarle”.
La reflexión de Kraus era contundente. Vinicius pidió a sus compañeros que se acercaran para no levantar la voz.
“_Bien”_dijo mirándoles fijamente_ “Van a escuchar las señas generales de la segunda parte del plan. Es aparentemente sencillo, se trata de llevar a nuestro huésped hasta los Pirineos, a las puertas de España y ponerle bajo la protección adecuada. Pero antes tendremos que salir de Holanda, atravesar Bélgica, después Francia y detenernos en la frontera occidental, en un lugar llamado Andorra. Existe una antigua red de amigos que funciona en ambas direcciones a través de túneles y refugios en lugares perdidos que sólo conocen los nacidos allí. Ése es el verdadero final del viaje. Creo que si fuimos capaces de salir vivos del Amazonas, podremos engañar a las patrullas francesas. No estáis obligados a seguir, pero si continuamos juntos y alguno de nosotros cae prisionero y no es posible el rescate, sigue en pié el juramento inicial de quitarnos la vida antes de poner en peligro la continuidad de la misión. Eso es todo”
Los portugueses brincaron de alegría y aceptaron confiados el plan de Vinicius y Kraus.   
Una semana después comenzó el traslado del Alien a un sitio seguro con la ayuda de “Sombras” y humanos comprometidos con los ángeles. Personas que gustosas brindaban calor, cobijo y comida a la extraña comitiva de cuatro carruajes y ocho callados hombres que viajaban siempre de noche evitando rutas comerciales bajo la bendición y plegarias de muchos que se implicaron en la buena ventura de aquellos desconocidos animados por la luz de sus espíritus y las voces interiores.
Recibieron la inestimable colaboración de los exploradores locales que, ligeros y a caballo, les precedían rastreaban los caminos, tomándole el pulso a los acontecimientos  comarcales, a los chismes del pueblo. Recogían información sobre movimientos de gente uniformada, delincuentes, bandidos, salteadores y otros personajes peligrosos que podrían afectar la expedición. Así elaboraban la ruta idónea, aún a costa de ser la más incómoda.
Por tal motivo, se valieron de la pericia de los hermanos Lacroix, íntimos amigos de un “Sombra” de origen flamenco, hábiles jinetes de excelente olfato con los que viajaron desde la frontera Belga hasta la vecina Francia evitando desagradables encuentros. Una vez allí, le pasaron el testigo a la familia  Bouvier, cuyo hijo, Jean Louis  Bouvier, era un joven “Sombra” de desconcertante hermosura, con un gran sexto sentido de la orientación geográfica, el comercio terrestre y las mujeres bellas. El joven Jean Louis tomó el testigo de los hermanos Lacroix y se adelantó bajo los blancos copos de aquel invierno, entre bosques petrificados por el hielo y desfiladeros sin alma, para conducirles seguros en los senderos de un país dormido por los rigores de la estación.
Finalmente, el 18 de febrero de 1800, detuvieron las gastadas ruedas a la sombra de la inmensa muralla de piedra que servía de división natural entre países obligados a tener una complicada convivencia.
Dejaban a tras interminables jornadas por caminos secundarios y peligros acechantes. Iluminados por la fe que da el hacer bien las cosas buenas. Conscientes de que aquel ser que tan celosamente custodiaban, era el único sobreviviente de una dolorosa acción para salvar la Tierra de un cataclismo de incalculables dimensiones, veían con renovada pupila aquella silenciosa pared natural de Los Pirineos que se abría como las páginas del Libro de la  Piedras  mientras algo, muy adentro, les gritara que había valido la pena llegar hasta allí, que protegerle y cuidarle eran, entre muchas otras razones, motivos de gratitud eterna.
Así comprendieron que sus vidas estarían atadas para siempre a aquella irrepetible aventura, que serían las generaciones futuras quienes disfrutarían en toda su amplitud, las grandes posibilidades que atesoraba la mente de Mech. Aunque nadie hablara de ellos,  su hermandad quedaba anclada para siempre en el país del recuerdo como aves bajo el cielo de sus corazones.
Con los cachetes colorados por el frío, Kraus saltó a tierra en un alarde de agilidad desde la grupa de su corcel y se quitó los guantes para tocar el granito gris de un antiguo y olvidado monolito druida. Olfateó el viento que bajaba gélido de las cumbres, calculó la evolución de unas nubes con forma de torres que amenazaban parir un temporal de nieve y se arrodilló brevemente ante el monumento en señal de respeto hacia los antepasados. Al incorporarse, una pizca de picardía le iluminaba el rostro. Abrió los brazos con aires de anemómetro y dijo.
_”Amigos, a nuestras espaldas dejamos Francia, por la izquierda comienza España y a la derecha, nuestro destino final ¡Bienvenidos a Andorra!”
Y fue así como Vinicius y sus hombres, Kraus con su lacayo y  un extraterrestre metido en un baúl echo con material de un módulo de comunicación de una nave espacial de otro planeta, bajo el comienzo de una nevada barredora de huellas, entraron lentamente a la tierra de las esperanzas para cuidar un secreto que estuvo oculto hasta el verano de 1955”