sábado, 16 de julio de 2011

Yuruparý (Cap 19)


“Cuando la luz de la mañana se abrió paso entre las quebradas copas de los árboles, un grupo de hombres, venidos de la cercana aldea, rodeó los restos humeantes del abatido aparato. Mech había detectado en sus corazones gran inquietud y preocupación. La explosión en el aire del módulo de agricultura y el aparatoso aterrizaje posterior, impidieron el buen descanso de aquella humilde comunidad durante la inolvidable noche anterior. Por eso, cubrieron sus cuerpos con pinturas de guerra y armados de cerbatanas y arcos de largas flechas, salieron a ver qué había caído del cielo.
Pero no comprendieron nada. Había restos esparcidos por doquier, objetos y formas incomprensibles que se derretían en una especie de barro bajo la descomposición molecular y tan sólo tres piezas parecían ajenas a aquella transformación. En una de ellas, el cadáver de Vihíma yacía intacto dentro de la membrana de seguridad. Sus parámetros estaban a cero, su carne perdiendo temperatura y la sensación de culpabilidad mordiendo el cerebro de Mech.
Los hombres se acercaron a lo que se había convertido en su sarcófago, pasaron las manos sobre la semitraslúcida superficie, otearon con dificultad a través del grosor orgánico la extraña fisonomía de la chica y aún así, la identificaron como ser humano aunque el traje de protección les impedía adivinar el género. Encontraron muy hermosa aquella persona, como un dios venido del cielo. Así lo comentaron entre ellos.
_”Dime, Gran Gwanahé”_dijo uno de los guerreros dirigiéndose a su jefe_” ¿Es real lo que siente mi corazón y ven mis ojos?”
El Gran Gwanahé volvió a pasar su palma por el contenedor de Vihíma como si tratara de abrir ventanas inexistentes.
_”Hermanos”_ exclamó señalando a la criatura tendida en su interior_ “¡Es Yuruparý!”
¡Yuruparý! Gritaron los otros, confirmando las sospechas del jefe.
¡Yuruparý! Repetían consternados ante la innegable presencia del dios.
_”Los ancianos dicen que hace muchos ciclos, cuando partió de la casa de los hombres, se fue por el camino del oriente. ¡Y ahora ha regresado! ¡¡Yuruparý!!”
Y envió a toda prisa emisarios a la aldea con la buena nueva y el reclamo de más hombres de refuerzo.
Desde su habitáculo, Mech observaba analíticamente los acontecimientos al ritmo de la extraña mañana. Conocía el mito de Yuruparý, una deidad regional vinculada a la constelación que aquí llaman Pléyades. Fue engendrado por Seucy, una diosa que le trajo al mundo después de comer un tipo de fruto sagrado llamado Pihycan. Yuruparý era muy hermoso. Trajo orden y leyes para las tribus del amazonas, aunque su presencia en la tierra tuvo seguidores y detractores, su recuerdo marcó mucho el imaginario a lo largo del Gran Río. Pero ella era Vihíma, su gran amiga,  no Yuruparý, sin embargo, aquellos humanos estaban tan convencidos del regreso de su dios que muy poco podía hacer para persuadirles. Entonces hurgó un poco más en la leyenda. Los seres humanos, los animales y la selva misma vienen dados por el poder mágico de Yuruparý. Todo el entorno bajo la tierra, sobre la tierra y en el río, está de alguna forma vinculado a sus obras. Mech comprendió que necesitaba encontrar alguna vía de comunicación con los habitantes de la tribu de El Contacto.
Preparó el cuerpo de Vihíma para la desintegración. A una orden, la membrana se tornó más y más opaca hasta llegar al negro total. En su interior vertió seis sustancias que combinadas deshicieron en una hora todo resto orgánico de la chica, una vez concluido el proceso, sonó una sirena intermitente que espantó a varios metros de distancia a todo curioso, después la membrana se abrió y dejó escapar una nube violeta compuesta por átomos de quien fuera su gran amiga, el viento caliente del medio día la esparció sobre el vidrioso río para siempre. Ahora Mech estaba realmente solo en un rincón perdido del planeta llamado Tierra.”        
        

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