martes, 28 de junio de 2011

El destello azul (Cap 16)


"Cuando volvieron de la meditación, ya tenían las líneas maestras de su futura actuación. Fue el espíritu del bebe quien intervino pidiendo que intentaran algo para salvar la tierra. Había que desviar de su camino al destructor objeto. Y así fue. Mech trabajó sobre un conjunto de probabilidades que iba afinando a medida que el asteroide se acercaba. Según sus cálculos, deberían ir a su encuentro cuando sobrepasara la luna, ya que el campo gravitatorio de ésta le restaría algo de velocidad, entonces, con el rumbo de colisión con nuestro mundo perfectamente definido, Vihíma colocaría la nave a cien metros de altura sobre la superficie, fijarían su posición en la brújula estelar con un ángulo de varios grados hacia el sur y encendería los motores a toda potencia. Para ablandar la roca, Yeeho transformaría uno de los impulsores de plasma que usaban para maniobras en el vacío, como improvisado cañón de proyectiles sónicos. Por eso, se pondría un traje espacial y ocuparía una de las torres de observación situadas en la panza del transbordador. Con su acción se pretendía ayudar al haz de energía que brotaba de las toberas principales y de paso observar en directo los acontecimientos que acabarían alterando el rumbo de aquel problema de diez toneladas.
El 22 de Agosto, tiempo terrestre, la enorme piedra rebasó la órbita lunar y enfiló rumbo hacia aquí.
Mech coordinó al milímetro cada uno de los pasos de la compleja maniobra, pero dejó que Vihíma realizara el descenso final de forma delicadamente manual. El gran ordenador de abordo se limitó a informar de datos puntuales, dejándole a ella inmersa en la total concentración que requería aquel peligroso momento. A los cien metros del suelo, sacó los estabilizadores, Mech colocó el aparato en el ángulo perfecto y esperó. Yeeho hizo una breve oración pidiendo al Universo permiso para alterar uno de sus acontecimientos naturales y agregó, al final, un gesto de amor hacia sus seres queridos, incluyendo a Mech. Entonces Vihíma pulsó el primer botón maestro y el cañón de Yeeho abrió un cráter que se fue agrandando rápidamente bajo los impactos de las balas sónicas. Vihíma contuvo el aliento y pulsó el segundo botón maestro. Cuatro reactores de la nave vomitaron inmensos chorros de luz azul, tan brillante, que al ser vista por astrónomos chinos y europeos quedó registrado en los libros de los eventos cósmicos con el nombre de “El misterioso destello azul”.
Entonces ocurrió el desastre. Ni ellos ni Mech sabían que el núcleo del asteroide estaba compuesto de hielo a gran presión, mezclado con otras sustancias volátiles que reaccionaban explosivamente al calor y la química de la tremenda energía de sus motores.
La pesada roca se partió por la mitad en dos trozos que perdonarían la tierra y terminarían empotrados en Júpiter un par de siglos después, pero un tercero, no muy grande, pero duro y veloz, chocó con estruendo de tren de mercancía contra el, hasta entonces, hogar de aquella pareja.
La nave quedó inútil, destrozada, el núcleo del reactor dañado y con fugas, los instrumentos de navegación, ciegos y sordos. Había oscuridad, humo y confusión. Mech se empleó a fondo para mantener el soporte vital de su gente. Cerró compartimientos y desvió por otros canales la electricidad y los gases de respiración. Aisló cuanto pudo y salvó todo alimento que estaba a su alcance. Pero Yeeho había recibido un golpe de radiación tan brutal que no recobraba el sentido. Vihíma se lo echó a hombros y le acostó en la enfermería, escaneó el cuerpo y evaluó daños. Yeeho se moría. Buscó medicinas para contrarrestar el avance de la radiación, poco más pudo hacer. Pidió informes a Mech y éste le dijo las peores noticias. Casi todos los sistemas estaban dañados. Quiso retomar el control de la nave y le fue imposible. Preguntó a Mech “¿La estamos perdiendo?” El ordenador callaba “¡Mech! ¿Estamos perdiendo la nave? ¡Contesta!”
“Si, la estamos perdiendo” respondió la entidad. “¿Hacia qué sitio del espacio nos dirigimos?” Silencio. “¿Mech?” inquirió angustiada Vihíma. La voz de Mech sonaba igualmente cargada de angustia. “Caemos hacia el planeta tierra”. La astronauta se tocó la frente. “¿Es tu análisis final?” “Si, Vihíma, es un hecho irreversible”. La chica se sentó junto al cuerpo sin sentido de su amado. Le miró con toda la ternura del cielo y le dijo “Amor mío, perdona que no cuente contigo, estoy segura que comprenderás lo que voy a hacer” Y ordenó a Mech que la anestesiara y extrajera del vientre a Yhaa-Lehe.
Un día antes de estrellarse en un recodo del río Amazonas, una cápsula con un no nato en su interior, partió hacia la galaxia de Andrómeda con la esperanza de que la señal de socorro de su baliza fuera rastreada por alguna tripulación que navegara en el espacio profundo o sus fronteras. En ella viajaba un fragmento de Mech con gran parte de la información de lo ocurrido, más otros datos sobre nuestro mundo. Un pequeño clon del ordenador del malogrado trasbordador se encargaría de llevar con éxito la maduración del feto que continuaría creciendo en medio de un sueño inducido hasta ser salvado o, en mala jugada del Universo, convertido en una roca helada, tan fría y oscura como la que marcó el destino de sus padres."  

No hay comentarios:

Publicar un comentario